El precio del deseo

“El precio del deseo” podría ser el nombre de un thriller sobre un crimen pasional, pero este largometraje no es tal cosa, es una ficción basada en la historia real de cómo la arquitecta y diseñadora de interiores irlandesa Eileen Gray se vio privada de ser acreditada por gran parte de su trabajo debido al sexismo en la industria.

Al comienzo de la película una coleccionista dice «Es el precio del deseo» cuando se le pregunta acerca de los 28 millones de dólares que paga por el sensual «sillón de dragón» art deco de Gray en una subasta en 2008, pero el deseo y su precio también subyace a las acciones de los dos antagonistas de la historia, Eileen Gray (Orla Brady) y el pomposo y sexualmente frustrado Le Corbusier (Vincent Perez), que actúa como el villano de la obra.

Como lo percibió el guionista y director McGuckian, el pedante sexista Le Corbusier, apodado “Corbu”, es el personaje más animado, y con frecuencia rompe la cuarta pared y recurre a la cámara para confiar sus sentimientos de que ha apoyado el trabajo de Gray a expensas del suyo propio y expresa celos por el éxito con las mujeres de su amigo, arquitecto y crítico franco-rumano Badovici.

Cuando Gray conoce a Badovici (15 años menor que ella), en la década de 1920, ella es una diseñadora de muebles de gran éxito con su propia galería parisina y varias amantes. Badovici escribe sobre Gray para varias revistas de arquitectura y le enseña algunos conceptos básicos del oficio. Antes de que te des cuenta, ella crea para él el mejor regalo, la seminal E-1027, una villa junto al mar de paredes blancas ubicada en armonía con la naturaleza, llena de espacios minimalistas amueblados con sus fabulosos diseños de interiores para el máximo confort.

Cuando Badovici escribe sobre la casa para su publicación, L’Architecture Vivante, le pide a Gray que co-firme la nota, es una de las primeras cosas que pone en duda su responsabilidad exclusiva por el diseño de la villa. Después de que Badovici y Gray se separan, éste permite a Le Corbusier pintar murales coloridos y sexualmente gráficos en las paredes blancas, tanto por dentro como por fuera, arruinando la integridad de la visión artística de Gray.

Y así continúa. Gray paga el precio de su tonto amor, continuamente humillada por los adoradores masculinos de Le Corbusier. Corbu no se molesta en invitar a Grey a una asamblea de arquitectos modernistas que organiza, no corrige a quienes confunden sus murales con alguna otra suerte de autoría creativa de la villa. De hecho, está tan obsesionado con E-1027 que compra varios terrenos cercanos.

“El precio del deseo” no es una película tan mala. Simplemente no es muy convincente. Si el objetivo de la película era darle el debido respeto a Gray porque experimentó discriminación de género, esa intención se arruina al disminuir su perspectiva presentarla como una sumisa que se calla cuando la atacan y hacer que la narración de la historia provenga del ególatra sexista que trató de oprimirla en la vida real.

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