Guerra de arte

Corea del Norte es una nación tan cerrada que cualquier documental filmado allí se juzga invariablemente en función de cuán auténtica parece ser la «ventana» a la vida cotidiana de las personas. El director noruego Tommy Gulliksen es el último en sortear el notoriamente estricto control de los visitantes por parte del régimen, filmando este film en Pyongyang.

La película documenta el primer simposio artístico internacional de Corea del Norte, la Academia DMZ. Siete artistas que trabajan en formas no reconocidas como arte legítimo para la cultura Coreana, desde pintura abstracta hasta arte sonoro experimental, son invitados a compartir su trabajo con artistas locales.

El proyecto revela muchas cosas interesantes, tanto en sus fracasos como en sus éxitos. Aborda la controversia de colaborar con un régimen totalitario con una pésima reputación en materia de derechos humanos, dando una visión multifacética de la naturaleza humana, la creatividad, la influencia cultural, la censura y el control. La película nos lleva más allá de los grandes murales de líderes que probablemente todos asociamos con Corea del Norte, al territorio inexplorado de la Universidad de Bellas Artes, donde todo el trabajo expuesto tiene el estilo realista socialista requerido.

Los artistas visitantes experimentan una tensión cada vez mayor sobre la naturaleza de su propio trabajo, que, sin un marco de referencia que le dé sentido, hace que los locales desconfían de él por considerarlo «extraño» y carente del «tipo de mensaje que inspira a la gente». Dudan en su promesa de permitir que el trabajo se comparta con otros norcoreanos. Posiblemente el aspecto más fascinante capturado por War of Art es la forma en que las diferentes personalidades y actitudes de los miembros del grupo impactan sus distintos niveles de voluntad para adaptar su práctica a las demandas locales.

Hacia el final del experimento, Kim Jong-un realiza una prueba de lo que se dice que es una bomba de hidrógeno, lo cual pone nervioso al grupo, y su hotel tiembla por lo que parece un terremoto. Los lugareños expresan orgullo por convertirse en una poderosa fuerza global, mientras que en las noticias se escucha al presidente estadounidense Donald Trump hablar despectivamente del venerado líder de Corea del Norte. Entonces, la urgencia global de sortear los choques de perspectivas no podría ser más cruda. La película funciona entonces como un recordatorio bienvenido y estimulante del hecho de que todos somos producto del condicionamiento cultural. Y de recordarnos que el poder potente no reside sólo en las armas literales, sino también en los gestos y provocaciones más pequeños: el arte como medio de disrupción y comunión.

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