A mediados del siglo XVIII, Gran Bretaña poseía un vasto imperio. Esto requería una nueva forma de concebirse, por lo que recurrieron a las estatuas de la antigua Grecia y Roma para proyectar el poder y la gloria seculares del Imperio Británico.
El mensaje era claro: Gran Bretaña era la nueva Roma, y sus generales y políticos estaban a la altura de los héroes del mundo antiguo. La avalancha de fondos, tanto públicos como privados, destinados a proyectos escultóricos desató una nueva época dorada, aunque también una época extraordinariamente heterodoxa. Los más grandes escultores de los siglos XVIII y XIX fueron aquellos inconformistas que desafiaron las tendencias predominantes: genios como John Flaxman, Francis Chantrey y Alfred Gilbert.
Alastair Sooke narra la historia de estos inconformistas y revela los extraordinarios avances técnicos que hay detrás de sus obras clave: el tallado en mármol con una máquina de punta y el poder primigenio de la técnica de la cera perdida.


