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Brock Enright es un artista que se ha ganado la reputación de hacer trabajos desafiantes y de confrontación. Fue noticia en 2002 cuando formó un grupo llamado «Videogames Adventure Services» con el que organizaba «secuestros de diseño» secuestrando a personas que pagaban por el privilegio de vivir tal aventura. Con estos gestos mezcla de performance y accionismo vienés Enright explora la brutalidad del rito como antídoto contra nuestro apetito de violencia.
En este film lo vemos durante el proceso de gestación de su primera exposición individual para una importante galería de Nueva York, y cómo la relación con su novia, su familia y la galería se ve afectada por su proceso de creación violento, explícito, desafiante y que raya lo demente o psicótico.
El comportamiento de Enright (manipulación astuta, ataques de furia hipnótica y una defecación semipública particularmente memorable) es, en el mejor de los casos, chocante y despreciable. Pero en manos del cineasta Jody Lee Lipes, Enright también es un personaje tierno, uno que inspira una sorprendente empatía en la audiencia. De hecho, Lipes convierte lo que podría haber sido una sátira sensacionalista sobre la megalomanía del arte contemporáneo en un delicado retrato de un creador enigmático.