Aggie: Una historia de arte y justicia

Aunque es una coleccionista millonaria, a Agnes Gund no le gusta ser el centro de atención. Su hija Catherine Gund, que produce y dirige esta película es muy consciente de ello. En una de las primeras escenas, le pide a Agnes que comparta sus pensamientos sobre ser el tema de una película: «Realmente espero que no mucha gente la vea». Es una broma sobre lo que es esencialmente Aggie, una introvertida que habla con franqueza y disfruta enaltecer otras voces, particularmente en el mundo del arte, en lugar de enaltecer la suya.

La película cubre mucho terreno y juega con la estructura de un documental tradicional. El film, por supuesto, se trata sobre Aggie, pero también se trata de mucho más: los artistas que defiende, la política curatorial en torno a las decisiones de comprar obras de artistas vivos y su filantropía. Ella explica que, después de hacer su primera gran compra de arte, una escultura de Henry Moore, se sintió culpable por gastar tanto dinero en ella que decidió donarla a un museo, “para aliviar mi culpa de haber tenido tanto dinero”, de ahí cómo finalmente se involucró con el MoMA.

En 1977, después de leer en el New York Times que el sistema de escuelas públicas de la ciudad planeaba deshacerse de las clases de arte como resultado de los recortes presupuestarios, fundó la organización sin fines de lucro Studio in the School, que trae artistas para trabajar con niños en edad escolar. Hasta la fecha, el programa ha enseñado a más de 1 millón de niños. Ha participado activamente en la financiación de organizaciones benéficas para apoyar a las personas que viven con el VIH/SIDA e incluso se unió a PFLAG, un destacado grupo de defensa LGBTQ, durante los años 80.

Se ha mantenido vigente como activista y, en 2017, lanzó Art for Justice Fund, que planea distribuir todos sus activos, un total de $100 millones, obtenidos de la venta de un preciado Lichtenstein. Ver el documental de Ava DuVernay El 13 le hizo darse cuenta de que necesitaba ayudar a terminar con el complejo industrial de prisiones, que Gund cree que es el sucesor de la esclavitud en los EE. UU.

La dinámica madre-hija podría haberle dado a «Aggie» una perspectiva distinta de otros perfiles aduladores de Gund. Pero no está claro que la cineasta tuviera la distancia necesaria para separar el material interesante de la reminiscencia banal. Por muy grande que haya sido la influencia de Gund en otros coleccionistas y filántropos, y por muy progresista y justa que sea su defensa de la justicia racial, este film no iguala su originalidad con un enfoque innovador acorde.

De todas maneras se agradece ver que existan ejemplos de coleccionismos no especulativos y con consciencia social. Queremos más Aggies en el mundo.

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