Pintando con Carl Nargle

A primera vista, se supone que esta ficción es una parodia de nuestro querido Bob Ross, el prolífico pintor que pasó una década enseñando lecciones de vida a los estadounidenses a través de la televisión. Pero no es eso realmente.
Cualquier parecido entre Carl Nargle (interpretado por Owen Wilson) y Bob Ross es, por supuesto, todo menos una coincidencia. Sin embargo, la película, escrita y dirigida por Brit McAdams (es su primer largometraje), parte de la imagen de Ross pero la usa como trampolín para una sátira fantasiosa sobre la estupidez y la masculinidad tóxica despistada, que es todo chistes visuales y muy poca sustancia.

Carl trata el mundo como un lugar perfecto, pero eso se debe a que proviene de un lugar de privilegio megalómano. Debajo de su ridícula fachada de tipo sensible de los años 70, trata al personal de PBS como vasallos, especialmente a Katherine (Michaela Watkins), la directora de la estación que amaba y abandonó. Se acuesta con todas las mujeres que puede, las lleva al restaurante local de fondue y las acomoda en el sofá cama en la parte trasera de su furgoneta hippie. Es tan arrogantemente resistente a la tecnología que no sabe lo que es un Uber y se niega a prestar atención al «contestador automático» dentro de un teléfono celular.

A pesar de todo eso, los índices de audiencia de Carl se están hundiendo, y cuando Ambrosia (Ciara Renée), una pintora de nueva generación, recibe un programa de PBS justo después del suyo, es una señal de que su era ha pasado, algo que todos parecen saber excepto Carl. En su forma seca y deliberada, el film ensarta algo demasiado real: un cierto tipo de miopía masculina autoengañosa. Por un tiempo, ofrece un toque divertido de la época en que los hombres podían asumir que gobernaban, aunque la película también es un poco laboriosa. 

En su forma tímida y levemente divertida, la película termina tocando un par de cosas serias. Primero, toca la idea de la influencia corruptora de la fama. La fama de Carl es muy limitada, de poca monta. Pero con eso el director enfatiza en que no se necesita mucha fama para corromper a una persona; solo un poco de atención extra es suficiente.
En segundo lugar, la película advierte que la fuente del arte es delicada. Los verdaderos artistas operan desde alguna conexión emocional con su propio núcleo interno. Pero las pequeñas influencias pueden distraer a los artistas de lo mejor que hay dentro de ellos. Demasiada comodidad, demasiada complacencia, demasiada preocupación por el estatus, demasiado conformarse con menos de lo mejor de uno, demasiado darse cuenta de que el público estará igualmente feliz con gestos vacíos.

Aunque es un agradable film de ver, es gracioso…pero no tanto, es irónico…pero no tanto, te deja pensando…pero se queda a medio camino. La película parece atrapada en un túnel del tiempo, sus actitudes son tan anticuadas como el guardarropa del protagonista. Pareciera que el film, igual que Carl, es menos especial de lo que él mismo pensaba.

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