Miguel Angel = El pecado

En esencia, esta biopic es una gran película sobre la poco glamorosa logística de hacer arte. Dirigido por Andrei Konchalovsky, el film sigue al pintor del alto Renacimiento Miguel Ángel (Alberto Testone) mientras se mueve entre Roma, Florencia y Carrara, Italia, apresurándose para terminar proyectos sin morir o quedar en bancarrota.

Una mirada hermosa pero decididamente poco romántica sobre el impulso artístico, la producción italiana/rusa se concentra en los demonios del gran hombre sin, como suelen decir los clichés biográficos del arte, acreditarlos a su genio. En cambio, Miguel Ángel pasa la mayor parte de la película regateando con los proveedores por los costos, trabajando en materiales y cuestiones de abastecimiento, y apaciguando, y ocasionalmente enfureciendo, a sus inmensamente ricos mecenas.

Esta cinta revela al arte como un negocio sucio. Y no solo el arte es sucio, sino todo el contexto. Una Florencia esplendorosa en la que convivía la belleza con la barbarie y el arte con la inmundicia humana. Una urbe, a principios del siglo XVI, mostrada desde un realismo pictórico que no pretende dar un enfoque romantizado sino atender a una visión. Aquella que, sin entrar en aspectos como la muerte y el terror que acechaba en todas partes, puede olerse, palparse, sentirse. Ante este escenario, Miguel Ángel se muestra como un hombre, un artista, que quizás no imaginábamos, un Miguel Ángel desgreñado cuyo olor corporal casi flota a través de la pantalla.

Lleno de altibajos, desplantes y enigmas, en El pecado Miguel Ángel busca mantener los favores de dos familias que pelean entre sí por el poder de Italia. Él permanece en el medio porque son dos importantes mecenas que le permiten seguir trabajando. Su trabajo es su vida. Porque Miguel Ángel, quien se relaciona con altos rangos eclesiásticos y de la nobleza, es consciente y participa desde el primer momento de los juegos de poder entre éstos, así como de su opulencia y ostentación, la cual él alimenta con su prestigio artístico. A Konchalovsky se le ocurre establecer en las intrigas de palacio una suerte de paralelismo con las guerras de mafias modernas, tirando al traste la visión idealizada de los grandes mecenas artísticos, cuyas inversiones aquí son tratadas como meras estrategias con motivaciones ulteriores, bien para hinchar su prestigio personal, bien como presión política frente a sus adversarios. Y el propio artista, lejos de ser una figura pulcra y a la altura de la magnificencia de su obra, se nos presenta como un especulador vendido al mejor postor.

Esta película es una descripción precisa de lo que se necesita para ser un artista exitoso, y es una que los espectadores contemporáneos, dentro y fuera del mundo del arte, deberían observar con atención. Cualquiera puede practicar técnicas y dominarlas, y cualquiera puede tener grandes ideas; el verdadero genio proviene de aquellos con las gracias sociales, el impulso y la perspicacia financiera para realizarlas.

Con todo, a pesar de introducir estos elementos claramente despojados del idealismo ingenuo que en muchas ocasiones ha promovido la visión casi mística de los grandes artistas de la historia, lo cierto es que no es el propósito de la cinta de Konchalovsky negar o siquiera discutir la trascendencia de Miguel Ángel. En el tratamiento de su personalidad problemática, egocéntrica y atormentada hay también, en el fondo, una admiración sincera y un reconocimiento entregado a la expresión imperecedera de su arte. La película no sólo no niega la condición de genio de su protagonista, sino que la muestra y la celebra, incluso, como inspiración para la estética de una cinta que parece, con algunas de sus hermosas composiciones, querer recrear ese preciosismo pictórico.

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