Andrei Tarkovski (1932–1986) fue un director de cine y escritor de origen ruso, unos de los cineastas más importantes de la escuela rusa y de la historia. Su cine anti–comercial es un refugio al que acudir de vez en cuando para poder ver que el cine también es arte. Este film, que desafía los estándares del género épico-biográfico se convirtió en una de las más hermosas y complejas meditaciones que el cine ha hecho sobre el arte y su papel en la sociedad.
Andréi Rubliov fue un religioso y pintor ruso medieval considerado como el más grande iconógrafo de Rusia. Los temas de la película incluyen la libertad artística, religión, la ambigüedad política, el autoaprendizaje y la creación del arte bajo un régimen represivo. Debido a esto, no fue exhibida internamente en la ateísta y autoritaria Unión Soviética de forma oficial durante años después de que se completó, a excepción de una única proyección de 1966 en Moscú. ¿Por qué tanta dificultad para estrenar este filme? El punto álgido era el retrato que la cinta hacía del pintor y monje Rublev, así como los medios no narrativos que Tarkovski empleaba para modelar esa descripción no histórica, no biográfica, no glorificadora y que no se parecía en nada al retrato épico y cuasi mítico de los grandes hombres soviéticos que era habitual en los filmes rusos. En manos de Tarkovski, Rublev no era un héroe socialista activo sino un hombre pasivo, dubitativo, temeroso y creyente, un prototipo de personalidad que el Partido Comunista no veía con buenos ojos.