La joven con el arete de perla

No se sabe mucho sobre Vermeer. No se sabe nada sobre la modelo en esta famosa obra. Se puede conjeturar sobre si era su hija, una vecina, una comerciante. La pintura se ha vuelto tan intrigante como la Mona Lisa. El rostro de la joven vuelta hacia nosotros desde hace siglos exige que nos preguntemos, ¿quién era ella? ¿Qué pensaba? ¿Qué pensaba el artista sobre ella?

El nombre de la joven es Griet, según esta historia. Su padre ciego la envía a trabajar en la casa de Vermeer, una casa que funciona como una fábrica con la suegra como capataz. Ha puesto a su hija a trabajar produciendo bebés mientras su yerno produce pinturas.
A partir de pequeñas pistas podemos intuir que Griet tiene sensibilidad artística, Vermeer lo nota, se conmueve. Griet podría ser pintora. Ya sea buena o mala, ella nunca lo sabrá. Vermeer lo siente. Los momentos de mayor intimidad entre la sencilla campesina y el famoso artista llegan cuando se sientan uno al lado del otro en comunicación sin palabras, mezclando pinturas, ambos haciendo el mismo trabajo, ambos entendiéndolo.

No crean que esta película trata sobre el «misterio» de la modelo, o las fuentes de inspiración de Vermeer, o los roles de género medievales. Se trata sobre cómo comparten un entendimiento profesional que ninguno tiene de ninguna manera con nadie más.

«La joven con el arete de perla» es una película silenciosa, sacudida de vez en cuando por ondas de turbulencia emocional muy por debajo de la superficie. Se trata de cosas no dichas, oportunidades no aprovechadas, potenciales no realizados, labios no besados.

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